sábado, 31 de diciembre de 2005

Reflexión de año nuevo

Árboles de Navidad y roscas de Pascua:

Bien es sabido por todos ustedes que en esta columna gustamos de hacer uso (y, a veces, abuso) de ciertas imágenes, morisquetas, metáforas. Encontramos en esta preferencia la herramienta ideal que nos permitió, con el tiempo, hallar una voz propia. A algunos, esta voz les parecerá tosca, brutal por momentos; otros sentirán el tono de suavidad que pretendemos darle; también habrá quien no se estremezca en lo más mínimo, desoyendo nuestro grito en la noche.

El lector constante habrá notado también que poco a poco construimos una clara división entre las cosas. Una categorización arbitraria, robusta y tajante. Hablamos de dos veredas, la de la luz y la de la sombra. Nos referimos con frecuencia a los camaradas y los Otros, a los amigos y los inoperantes. Hemos declarado la guerra a nuestros enemigos más feroces: el calendario, la torpeza, el mal gusto, la falta de memoria, el apresuramiento. Asimismo, supimos congraciarnos con todo aquello que sintoniza con el alma sensible.

Sutilmente o tal vez no, tejimos un conjunto de garabatos para pintar un mundo que es el resumen y análisis (subjetivo, quizá torpe, quizá iluminado) de aquel que experimentamos con los sentidos; mamarrachos cuya finalidad es diluir el sentido de las palabras, distraer al lector, estafar su entendimiento, prepotear su interpretación, para en algún momento dejar escapar una oración rotunda, explícita e intencionada.

Juzguen ustedes, mis queridos chichipíos, la eficacia de nuestra estrategia.

En alguna ocasión discutimos sobre los orígenes de La Reflexión de la Semana, cuáles son sus orígenes, cuáles sus mecanismos. Hoy, más de cuatro años después de aquella primera reflexión que vio la luz un prehistórico 30 de marzo, evaluamos que ha sido mucho el camino recorrido, numerosos los objetivos, objetos y desenlaces. Muchas las palabras vertidas en el vacío, pero no menos las que pudieron encontrar la audiencia justa en el momento preciso. Esas pequeñas victorias de relevancia acotada, pero de valor inmenso, se nos presentan ahora como el pronóstico favorable de un emprendimiento a largo plazo cuya culminación no se ve aún de este lado del horizonte.

Aún a pesar de la repulsión que nos causan el calendario y sus jaulas, hemos comprobado que ciertas fechas propician la reflexión. Así, cada Día del Amigo hay una Reflexión de la Semana esperando a su público amable. Ciertas costumbres largamente satisfechas terminan por convertirse en un deber; y es por eso que infaltable son, también, una pocas líneas cuando se acerca Año Nuevo. Helas aquí.

La última reflexión se tituló "Un año de aventuras". ¡Qué año, camaradas! ¡Y qué aventuras! Sería una falta de respeto hacia el destino y sus brazos restar valor a los sucesos de estos meses. A lo largo de esta revolución alrededor del Rey Sol experimentamos, creo, las miserias más desalentadoras, pero también los placeres más exiquisitos. Esta dualidad, este eterno balanceo entre una y otra vereda, pueden generalizarse para enunciar uno de los patrones más desconcertantes que sufrimos en este universo finito pero ilimitado. Nos falta sabiduría, sin embargo, para dar forma concreta a un enunciado de tal envergadura.

Y sí, las cuevas más oscuras fueron seguidas de las praderas más verdes y soleadas. Las tempestades más terribles, de la cristalina calma de un cielo límpido. ¿Pero es esto importante? Si tales rebotes del ánimo son predecibles e ineludibles, ¿vale la pena que dediquemos nuestro precioso tiempo a describirlos? Pues no, amigos; de ninguna manera. Lo que debe ser destacado es aquello que podría no ser, pero es, en contra de toda resistencia. Entonces diremos que en cada uno de esos momentos trágicos o felices, siempre hubo un amigo a mi lado.

Entonces el resumen, la conclusión final, la Reflexión del Año, anda por ahí.

Tuve la oportunidad y el privilegio de experimentar los frutos de haber invertido mi vida en rodearme de personas afines. Almas en cuya sensibilidad e inteligencia siento que se encuentra uno de los tesoros más preciosos de mi vida. Personas en la que encontré consuelo cuando mi comarca fue invadida por los demonios, con las que pude vestirme de bufón y salir a festejar mis éxitos y los suyos en carnavales enloquecidos. Amigos y amigas por los que hice todo lo que estuvo a mi alcance para ser yo lo que ellos fueron para mí, y ofrecerles mi consejo o mi oído cuando la langosta asoló sus viñedos, para acompañarlos en la reconstrucción cuando la invasión fue repelida, para brindar con lágrimas y sonrisas cuando el mal fue olvidado y nuevos brebajes inundaron los toneles golpeados.

Fue un año de reencuentros, reafirmaciones, sorpresas, golpes bajos, represalias, treguas, traiciones, festejos, derroches, cambios, aprendizaje y enseñanzas. Fue un año de aventuras, sí señor... Agradezco al Cielo todos y cada uno de los acontecimientos de este ciclo. Agradezco haber podido compartirlos con el ejército de ángeles que me acompaña, a veces a mi lado, a veces desde la distancia, a veces desde el pasado. Agradezco incluso a mis enemigos, los personificados y los abstractos, haberme considerado digno de pelea. Mis victorias y mis fracasos señalan una verdad fundamental: no tropieza quien no camina.

¿Cometí errores? Muchos. Si alguno de ustedes sufrió por causa de ellos, ofrezco mis disculpas más enternecidas.

No hablaremos sobre el porvenir, puesto que el año aún no termina y tales cálculos deben hacerse bajo una luz renovada.

Se cierra esta edición como despedida del año, y se graba el dos mil cinco como uno de los mejores años de mi vida. No por ello, sin embargo, ven su fin las aventuras; tengan esto por seguro (aunque sabemos que incluso la certeza mas pintada cae a menudo bajo el rigor de la ley).

Así, entonces, de sopetón, se despide la Reflexión de la Semana hasta el año próximo.


Un beso, un abrazo, un apretón de manos o una caricia, según corresponda.

jueves, 8 de septiembre de 2005

Un año de aventuras

Mis queridos chichipíos:

La peor de las pesadillas se cobró una víctima. La reflexión de la semana sufrió un corte de energía en pleno desarrollo. Ya ven que el infierno es - entre otras cosas - la malsana acumulación de molestias cotidianas. Haremos lo posible, a pesar de todo, por transcribir lo poco que nuestra memoria haya conservado.

Los procesos que tienen por finalización o corolario una reflexión de la semana suelen comenzar de manera sutil y cautelosa. Se desarrollan en la sombra, con quieta seguridad, y es habitual que tengan descenlaces portentosos, cambalacheros, dterribles en su inevitabiliad. Hoy, sin embargo, la reflexión es el producto irrefutable de un propósito concreto, encausado, contenido. Las nociones que expondremos fueron tejidas con paciencia y dedicación, trabajadas en la fantástica factoría que sólo existe cuando todo otro pensamiento se suspende.

Recapitulamos, entonces, y afirmamos que la trama de los sucesos ocurridos desde el primer día de este ¿glorioso? año deja entrever un comportamiento insólito. Insólito por la novedad de su ocurrencia, o por sabernos capaces o aforturnados de poder reconocelo.

Este año se caracteriza por su generosa oferta de aventuras. Impera, llegado este punto, la necesidad de llamar la atención sobre una advertencia: no olvidamos las porquerías que también poblaron este ciclo. Numerosas fueron, locales y foráneas, pequeñas y trascendentales. Molesto y redundate es, a esta altura, comentar sobre nuestra facilidad para contabilizar pesares. Será que hoy se vio un nuevo sol, será que el aire ya está cambiando, las flores expectantes, será que los buenos recuerdos pueden hoy más que los tristes: nos permitiremos en esta oportunidad dejar de lado la iniquidad y celebrar esta gran pachanga que es abrir los ojos y respirar.

Así es: aventuras mínimas hubo, y también aventuras inesperadas, y otras que ya tenían algún retraso, y otras apresuradas pero no por ello menos oportunas. Están también las aventuras majestuosas, que empezaron quién sabe cuando y no tienen fin a la vista. Hubo aventuras esclarecedoras, y para que la balanza no se queje hubo, por supuesto, aventuras que aportaron su cuota de confusión.

Contadas noches atrás, cuando las estrellas cobijaban una ronda espumante, compartí con un oído amigo un pesar erróneo. Dije en aquel momento que la vida no me traía aventuras. Hoy evalúo aquella equivocación, y reivindico la frase que nos habla del cristal con el que se miran las cosas. Otras frases célebres quieren invadir estas líneas, pero preferimos alejarlas con un llamado a la cordura.

La hazaña de descifrar las aventuras escondidas tras el manto de la rutina no termina aquí; no, señor. Con este nuevo cristal apreciamos que cada una esconde la posibilidad de muchas otras; así como cada paso que damos al caminar da lugar, con su muerte, al siguiente. Intuimos que la próxima gran empresa empieza a construirse concluyendo la actual. Esto es nuevo, estimulante y simpático.

Así, esta noche nos encuentra a punto de explorar un mundo nuevo. La aventura de un amigo afortunado nos abre la puerta - literalmente. Casi sin querer hemos aceptado el desafío. Nos embarga la curiosa mezcla de calma y ansiedad que precede a los momentos que, de antemano, sabemos son fundamentales.

Nuestros amigos de siempre nos dan cátedra y buenos consejos. Uno de ellos me explica que sí, que hoy puede ser un Gran Día. Le creo: nunca lo pillé en un traspié. Así que nos ponemos la mochila al hombro, nos aflojamos la corbata, y de cara al horizonte pero sin olvidar el camino que hemos arado, le decimos "aquí estoy" a la posiblidad de un buen momento.

Cierro esta edición con un deseo simple y cursi, pero bienintencionado: que puedan ustedes, mis compadres, desenterrar la aventura en sus días.


Un beso, un abrazo, un apretón de manos o una caricia, según corresponda.

sábado, 6 de agosto de 2005

El engrudo nos salpicó una vez más

Tias Marucas y Dones Satures:

Es en los tiempos de agitación cuando lo mejor y lo peor de las personas encuentra la excusa perfecta para colarse y exponer sin tapujos quién es cada quién.

¿A quién no le ha pasado? Ocurre algo; reaccionamos como un monos enceguecidos; inmediatamente después de hecho el daño, nos arrepentimos. Mantenemos nuestra postura, sin embargo. Justificamos el exabrupto no porque estemos convencidos de haber obrado con corrección (el insaciable aguijón de la culpa algo tiene que ver con eso), sino porque más fuerte que cualquier arrepentimiento es el orgullo, la necia terquedad de permanecer firmes y no aceptarnos débiles.

La conclusión peor de mis desaires ha sido cuando mucho romper algun plato, patear alguna caja, o insultar a todo ser vivo a mi alrededor.

Pero nunca, jamás, ni ustedes ni yo ni nadie que camine por esta vereda fue tan inoperante, ciego, paranóico, imbécil, salvaje, monstruo e insensible como para matar alguien. Ponerle nombre a las cosas no es nuestro estilo, pero en este caso haremos un excepción: UN POLICÍA INGLÉS MATÓ A UN BRASILERO PORQUE LE PARECIÓ QUE ERA TERRORISTA. ¿Por qué le pareció que era terrorista al perspicaz gentleman Sr. Policía? Porque era medio morochito. Porque tenía ropa holgada. Porque tenía una mochila. Y es bien sabido que todo tipo de piel morena cuya camisa le quede grande y lleve una mochila, seguramente trama algo nefasto, ¿cierto?.

Las posibilidades de aquel momento no son importantes ahora. "Podría haber sido terrorista" no es excusa. Lo importante es lo que fue: una aberración, porque NO ERA TERRORISTA.

Es en los momentos de crisis cuando las caretas se caen. Es en los momentos posteriores cuando los infames se apuran a acomodarse sus máscaras de engrudo. Una vez más, se ha caído la careta más importante, aquella que esconde lo que todos sabemos y acerca de lo que poco podemos hacer.

Concluye esta reflexión y nos quedamos con las ganas de abrir la humilde cajita donde guardamos nuestros insultos. Quisieramos abrirla, pero sabemos que a veces es inmoral hacer lo que a uno se le da la gana.

Tarde o temprano, hay que dar explicaciones.

sábado, 2 de julio de 2005

El enigma de la noche se resuelve al amanecer

Foquitos apagados y foquitos encendidos esta noche no se reflexiona porque la noche es amiga de esas palabras que revelan el alma de quien las pronuncia o escribe y en esa revelación es posible descubrir el secreto último de por qué uno reflexina y se ofrece a quien quiera escuchar al tiempo que oculta tras metáforas y volteretas quién es realmente como si fuera un juego que desde el vamos es imposible ganar como el tatetí o como el amor y qué juegos sin ganadores tienen sentido excepto aquellos que sólo sirven para pasar el tiempo pero qué vano es jugar y perder no sólo el juego sino el tiempo y en la suma de los tiempos perdidos desperdiciar también la vida y por qué no la muerte cuando podríamos dedicarla(s) a empresas nobles y geniales o simples pero hermosas como hacer feliz a alguien que no conocemos y que el destino nos devuelva después de años esa gentileza como una sonrisa de parte de otro desconocido y que esa sonrisa nos haga felices por algún motivo extraño de esos que no se explican porque no es posible y porque en la explicación se acaba la gracia a menos que esos juegos sean necesarios muy a pesar nuestro como una necesidad fisiológica que claramente no es del cuerpo pero que en el cuerpo se siente porque quién no ha sentido la vergüenza como un ardor en las mejillas y el miedo como un frío en todas partes y la angustia como un nudo en la garganta y el amor como explotar y volver a armarse para explotar cuando las células aún no han reaprendido cómo constituir un organismo y el amor se viene de vuelta y las moléculas ya se están dispersando antes de reencontrarse y qué hacer cuando en medio de esta deblacle el amor se va y sólo restan el miedo la vergüenza y la angustia y la noche que antes era amiga compañera confidente ahora sólo es un rostro impasible y quién mejor que un amigo para acompañarnos hacia la salida pero cuando los amigos están de vacaciones qué hacer llamar a quién bajo qué pretexto si mejor es tomar la determinación de abrirse al mundo y dejar que se haga amigo quien quiera y pueda hacerse amigo y hacerse amigo a veces es inevitable como tantas veces nos ha pasado así como esta noche ha pasado que no queríamos aventurar una reflexión y sin embargo en la negación se nos escapó aquello mismo que queríamos reprimir qué le vamos a hacer estamos marcados por las mismas cosas de siempre que ya conocen quienes nos conocen y quienes no no importa porque no es muy díficil darse cuenta sólo hay que mirar con un mínimo de atención en el caso de que exista interés y sacar una cuenta bobalicona y ahí está explicado con todas las letras quién es esa persona pero es posible explicar una cosa asi definir y que quede claro y sea irrefutable quién es alguien quién es nadie porque pareciera ser que ninguna persona puede definirse a sí misma o quizá sólo algunos y créanme que no son quienes necesitan una ayuda cualquiera fuese y quién no necesita una ayuda hoy por hoy cuando no hay parámetros y los límites están allí donde llegue el aguante para empujarlos y aún así son subjetivos y la polenta no alcanza para empujarlos hasta donde no se noten y a nadie le importe si los excedemos o nos quedamos de este lado porque tampoco está claro si hay que traspasar los límites o respetarlos y qué bueno es el tango y mejor aún en vivo y mucho más cuando se lo canta con pasión y así como esta reflexión no respetó ese tema cansador de la puntuación tampoco va a respetar la introducción nudo y descenlace que me enseñaron en la primaria mucho menos hoy que me acordé de mi maestra de la primaria la mejor maestra que tuve en la primaria que se perdió en mi historia como algunas otras personas fundamentales que podría recuperar si a pesar de predicar que no quiero crecer no tuviera miedo de que el pasado vuelva y me mande yo las mismas macanas que la primera vez qué triste sería eso romper las reglas del universo para sufrir los mismos miedos y venir a caer en el mismo dia de un futuro que debia ser distinto pero deseando que ese pasado que se suponia debía ser alterado vuelva a suceder en la repetición eterna de una oportunidad por siempre desperdiciada.

miércoles, 15 de junio de 2005

La cacofonía de escuchar siempre lo mismo

Multitudes y soledades:

Entreviendo que más allá de la puerta hay un mundo mágico, les reflexiono en la cara sin el menor escrúpulo. Varias nimias verdades me han sacudido la última media hora. Nociones de esas ínfimas que se te aparecen cuando te lavás la cara, o cuando viajás en el colectivo y una vieja te pega con la cartera para que le dejes el asiento y te hace pensar que la vida apestaría mucho menos si la gente (incluso vos mismo) no fuera tan animal y tan poco gente. Verdades en cuya acumulación indiscriminada, inconsciente y continua consiste el sentido común.

Escuchando una hermosa canción tuve la noción de que las palabras pueden ser maravillosas por sí solas, que la música es un regalo a los sentidos que de alguna forma dispara suspiros en el alma. Pero... ¡juntas! ¡Juntas, en el nombre de todo lo que no me hastía... (que no es poco)!

Cruzándome con un vecino aprendí que, así como las palabras y la música son componentes primordiales de la escencia misma que nos define y diferencia, un silencio oportuno, el ahorro de una mirada, la cancelación de un gesto, son la necesaria pizca que aglutina la mezcla y permite que no nos alienemos.

Sucede así que por cada fuerza existe su contraparte. Cada alegría se mide por la lágrima opuesta. Cada palabra que calles cuando sepas que debés callarla aunque te explote en el pecho volverá en forma del esperado susurro de quien te haga temblar. Y sí, no hay con qué darle: cada poema que recites se te cruzará en alguna esquina como un llanto.

Pero esto no es triste; sencillamente, ES. Desconozco el por qué. Algo es seguro, al menos: este por qué elusivo vendrá de la mano de alguna lavada de cara, algún carterazo certero u otro vecino insoportable.


Un beso, un abrazo, un apretón de manos o una caricia, según corresponda.

martes, 7 de junio de 2005

¿Estaba muerto el hombre?

Dragones y luciérnagas:

Hay atrocidades que conmueven.

Escuché hace poco de un amigo ciertas palabras nacidas de esa siempre certera forja llamada desesperación: "estoy harto de deshumanizar a las empresas". En este caso, la burocracia actuaba con la fuerza a la que ya nos tiene acostumbrados: diluido entre papeles y sistemas caídos, su trámite perseguía un horizonte eternamente lejano. ¿Cuántas veces nos vimos en situaciones similares de las que sólo pudo rescatarnos una de las pocas fuerzas más poderosas: el azar? Mi camarada vivía una realidad similar a muchas otras, de protagonistas distintos pero naturaleza, medios y resolución similares.

Los procedimientos como la forma más sutil y pérfida del infierno.

Pero he aquí que la humanidad, en la compleja trama de sus designios, padece opulencia de una capacidad pavorosa: siempre, siempre conquistar nuevos límites de la infamia.

Un titular nos llamó la atención esta tarde. Versaba sobre un muerto que llevaba tres décadas de vida. "Esto será", nos dijimos, "como mínimo pintoresco". Atacamos el periódico con una sonrisa previsora, pues fijo era que alguna iniquidad ase escondía tras aquellas palabras. Una rápida lectura nos introdujo al descaro: cierto compatriota estaba tan atado al "sistema" que nunca había estado dentro.

En pocas palabras, una papeleta cuestiona su identidad. Dice cierto garabato que este buen hombre está muerto. Por lo tanto, no existe. Mil películas vi con esta trama. Algunos malos libros también. Me aburrieron a mitad de camino, por cierto; algunas ficciones son insultos desvergonzados a la inteligencia. Pero, como ya hemos dicho, el ser humano colorea con una paleta de infinitos tonos que ni el artista más enloquecido puede reproducir.

Nuestro héroe figura como fallecido y su presencia en cuerpo no cuenta en tribunal alguno, pues ha de figurar en el inciso menos conocido del articulo más bochornoso de alguna ley caprichosa y caduca que eso no basta: para existir hay que estar inscripto en alguna parte, ya sea en el Registro Nacional de las Personas o en el videoclub de acá a la vuelta.

Raudos, imaginamos exageraciones: si el panfleto dice que este muchacho murió seis días después de nacer, no es el registro lo que debe ser corregido, pues el error es inadmisible. "¿No será, acaso, que ese personaje desesperado que arremolina la sala de espera es un ánima que no tiene paz?", piensa el Sr. Juez. "Es deber de la Institución darle eterno descanso. Traigan al cura." "¿No sería más práctico" - pregunta el secretario, un individuo que todavía no ha perdido la decencia - "darle al pobre hombre su documentación y dejarlo ir ya?" "No sea fantasioso, Ramirez", responde el Juez. "Eso que ve usted ahí es un fantasma. ¿No leyó el certificado?"

Para comprar un chupetín hay que mostrar una cuota del videocable al kiosquero. Para suscribirse al videocable hay que presentar certificado de buena conducta y dos testigos. Para recibir el papel donde dice que uno no mató a nadie hay que pagar dos mil pesos fuertes o su equivalente en trigo. Para que te den el documento tenés que morirte, nacer de nuevo, y después sacar número e ir a la cola de más allá a esperar que se muera de hambre la persona que está adelante.

Ensombrece el sueño que pronto me vendrá un pensamiento que lamento reconocer familiar: ¿cuántas negradas como esta duermen en el anonimato, mientras me como un alfajor o me preocupo porque no pagué la cuenta de internet? ¿Cuánto falta para que me toque a mí?


Un beso, un abrazo, un apretón de manos o una caricia, según corresponda.

sábado, 28 de mayo de 2005

Escuchando a Lennon y a uno mismo y a todas las cosas

Mis queridos pelandrunes:

Es difícil explicar la extrañeza de no sentirse uno triste. ¿Buscamos la tristeza? No, pero la esperamos. ¿Cuántas veces pareció ser el resultado final e inevitable de cada decisión errada, de cada traspié? ¿Cuántas veces pareció ser la condena que nos esperaba al final de un camino que sabíamos equivocado pero al que nos arrastraba nuestra inefable ecuación personal?

Ha caído la noche y nada de eso ha ocurrido. Más bien, se acerca a nosotros la noción de estar comenzando algo. Este comienzo es posible sólo porque ocurrió un final. No feliz, no triste: un final y no más, sin decorados ni derrumbes ni lágrimas ni festejos ni declaraciones magnánimas ni corazones en llamas ni atardeceres ni paraísos ni flores ni fuegos enardecidos por la desesperación de cartas escritas en el abismo de la noche ni nada de nada de nada de lo que pensábamos que sería oportuno o factible. Al igual que el resto de las cosas necesarias, prácticas, simples, sencillas e irreversibles que se manifiestan como leyes fundamentables del universo, este final ocurrió sin alharaca y un momento después el mundo seguía donde un momento antes y no hubo cometa alguno que detuviera su trayectoria o estrella ninguna que cometiese suicidio.

Muchos símbolos carecen ahora de sentido. Se revelan poco símbolicos y muy explícitos, por cierto. Dejaremos que su identidad, sin embargo, sea revelada a través de su futura ausencia. Tanta cháchara para decir que ya no hablaremos de ciertas cosas, que no usaremos ciertas palabras, y que hemos de buscar nuevos motores, nuevas musas, o abandonar para siempre y sin mirar atrás esta ardua pero gratificante tarea de exponernos a nosotros mismos. Ya no es necesario: las preguntas que con tanto afán insistían en quitarnos el sueño han sido desplumadas de un soplido; las incógnitas fueron descifradas.

Por las malas aprendimos a compartir la única cosa genuina que tenemos con quienes son los únicos que la merecen. Aprendimos porque ya no quedaba otra opción, porque sin importar lo que hiciéramos estaba ya todo dicho. Porque en el único momento cuando era escencial estar alerta, nos permitimos relajar la guardia y terminamos sacudidos y desbaratados por un huracán de propia factura.

La vida es una rueda y todo lo que hicimos volvió, como un preciso ejemplo de justicia celestial.

Y a pesar de todo, el "empecinado pesimismo" que sintiera cierto lector crítico y avisado (de ésos que preferimos y buscamos) en éstas nuestras líneas casualmente más esperanzadas, encuentra su muerte de manera indeclinable. La página está en blanco y las viejas reglas ya no son aplicables. Será otra la medida de nuestro tiempo, otro el parámetro de la alegría. ¿En qué consiste el fin del pesimismo? En haber tomado la firme determinación de no abandonarnos al olvido.

Se cierra esta edición y con ella muchas otras cosas. Se completa el ciclo que nos mantuvo en vilo meses y meses. Muta en inocua espuma el patrón de horror que señalaba la eterna, estratégica repetición de apariciones y ausencias. Sólo una persona sabrá cómo interpretar estas piruetas con la exactitud necesaria, pues las migajas de mazapán que hasta aquí nos acercan fueron (intentaron ser) sutiles.

Sólo por esta vez diré que todo este circo fue, es y será por y para vos. Ya ves que la M temida no es la muerte, ni una mariposa, ni un monito...

Éste sí será un amanecer a gritos.


Un beso, un abrazo, un apretón de manos o una caricia, según corresponda.

domingo, 8 de mayo de 2005

Escrito en la niebla

Mis queridos chichipíos, siendo esta la hora de la verdad, no esperen que les mienta (como es habitual). En estos minutos huérfanos, sólo las verdades más brutales han de encontrar la salida.

Es ésta una noche de aquellas, en que cosas simples nos recuerdan cuán complicada debe ser la vida para que valga la pena. Pretendemos justificar todo sufrimiento afirmando que sólo a través de él se llega al cielo. Nos ayuda la incertidumbre de sabernos en lo cierto. Nos cobija la duda.

Amanece con pudor. ¿Hay otra forma? ¿Qué amanecer puede ser a gritos?

Con la misma reserva se dibujan - en esta hora temprana o tardía - ideas de complejidad cuestionable y validez dudosa. Sabemos que los Otros esperan este momento con afán: es el momento en que nos mostramos flacos. El hambre que hasta aquí nos ha traído no se explica contando calorías. ¡Este hambre no se explica, canallas! Es una desnutrición de la felicidad.

Son muchos los cálculos que hemos hecho. Algunos de ellos califican la valía de tus supuestos. Otros ponderan lo inadecuado de tus soluciones. Nuestro análisis deja al descubierto las verdades de verdulería que te empeñaste en encadenar al cuestionable amparo de la tradición. Si todo está bien, nada ha de cambiar; si nada ha de cambiar, ¿a qué imaginar cómo podría ser?

Nos cegas antes de que abramos los ojos. Nos callas cuando aún no hemos conocido la palabra.

Eterna entrometida en mis certezas, prócer indeseada de mis dudas, te quiero fuera de mí pero te siento cada vez más arraigada. ¿Me defino a partir de tus límites?

Mis queridos chichipíos: olviden esta lucha; ustedes y yo sabemos que, lamentablemente, estoy perdido antes de gritar el primer grito, antes de golpear con el puño inédito. Seré polvo cuando la rebelión esté ya en el aire.

martes, 12 de abril de 2005

La Reflexión de la Semana versus el reloj

Me apura el reloj. Estas líneas deben estar listas en escasos minutos. Temo no ser el mismo después.

Intento ezbozar una reflexión que explique todo este tiempo. No la hay. La explicación absoluta y total vendrá después, en algún momento indefinido, sin que la busque siquiera. Me pateará la rodilla y me dirá "¡Ea! ¿Has visto cómo es?". Por el momento no hay más que preguntas.

El reloj se agita ya, expectante.

Las costumbres y las revistas me imponen la noción de un ciclo que termina y otro que comienza: un calendario más, disfrazado de excusa. Reconociendo la falacia, puedo jugar con ella y usarla en mi provecho. Diré entonces que en breve terminará el ciclo de las muchas cosas con las que no he podido amigarme. Diré que está a punto de comenzar un ciclo de renacimiento, donde cada error cometido en el anterior será la semilla de una oportunidad para enmendarlo.

Si tuviera que nombrar a quienes me acopañaron, a quienes realmente me acompañaron (a sabiendas o no), pocos pero fundamentales serían los nombres de la lista. No es el espíritu de estas reflexiones hacer referencias directas, sin embargo; aquí trabajamos con ilusiones, con despistes, frases a medias y recursos confusos. Quienes están en la lista se saben en ella de manera tácita. Quienes se sospechan en ella, probablemente lo estén. A quienes no les importa, su ausencia está asegurada sin que medie rencor alguno, por mera definición.

Fueron particularmente importantes los últimos tiempos. Se han vivido cambios. Hemos conocido a las personas más geniales y a las más recalcitrantes. Hemos sabido distinguirlas. Hemos marcado una línea en la arena en amenaza directa a los Otros; en ocasiones la cruzaron, pero en general comprendieron que el horno no está para bollos.

Tanto caminar me ha traído hasta aquí, y me pregunto si ciertas decisiones fueron acertadas. Como insinuamos en las primeras líneas, la respuesta final vendrá más tarde. Esos interrogantes son, sin embargo, burbujas del alma en constante puja por emerger y explotar. Sé que las decisiones más acertadas se refieren a las personas que elegí conservar a mi lado, y las más aberrantes a personas que alejé o se me escaparon. Nuevamente, las referencias directas no son oportunas, pero en este caso es distinto. ¿Estarán al tanto aquellas golondrinas de invierno de su influencia en mí?

Más preguntas para engrosar el cuestionario que alguien deberá responderme cuando llegue el momento.

Como siempre, el reloj ha ganado la batalla y termino esta reflexión sumergido hasta la nariz en el segundo cuarto. Imposible asegurar ya la integridad de estas líneas. No se siente uno distinto de este lado, pero me aterra pensar que mis sentidos se hayan vendido y me entreguen estímulos adulterados. Me urge la necesidad de mirarme en el espejo y VERME.

Como dijo aquel muchacho perspicaz, no es posible bañarse dos veces en el mismo río. Aplicable ha de ser la figura a todas las cosas.

Dejo en paz a espejos, relojes, metáforas. A los Otros, a los calendarios, al patrón y sus pautas, a la espuma. A la M. Dejo en paz a todo y a todos. Por un momento me permito disfrutar a Beethoven, que le dedica unas notas a una fulana afortunada llamada Elisa. Lo disfruto con los ojos cerrados, como se disfruta un beso. Como un chico, pretendo que la oscuridad me ampara de todos los males. Está bien. Pronto deberé abrir los ojos y comenzar a empujar la rueda como siempre, ver las mismas caras, escuchar los mismos buenos días y los mismos hasta mañana.

Sólo espero que esta vez, cuando abra los ojos, pueda darme cuenta si algo ha cambiado. Espero seguir reconociendo a los canallas. Espero seguir sonriendo por las mismas nimiedades de siempre, encontrando luz en las esquinas más usuales. Espero que todo lo bueno quede. Espero no olvidar.

Amigos, amigas, camaradas, mis queridos chichipíos... me despido. De aquí en más, será otro que desconozco quien les escriba. Confío en que el cambio sea para mejor.


Un beso, un abrazo, un apretón de manos o una caricia, según corresponda.

lunes, 28 de marzo de 2005

La Reflexión de la Semana (episodios de abstinencia)

Moscardones y avellanas:

En la noche terrible , cuando todo se termina, cabe la reflexión.

¿Qué podemos decir? Sabemos que estamos rodeados de una miseria que no se mide con monedas sino con ideas. Sepan disculpar ustedes, camaradas de lo cristalino, este lugar común. Inmerso en una nube, poco puede pedírseme que exceda lo ordinario: convencido de que lo genial se esconde tras las ideas sencillas, insisto en reinvindicar aquello que me hace feliz. Fue esta una noche mágica; qué mejor para honrar a quienes la hicieron posible que unas pocas palabras.

Traza el tiempo - en fabulosa complicidad con el destino - una trama de encuentros y pérdidas. En medio de esta tragedia venimos a caer. La medida del éxito suele estar comandada por el tamaño de la billetera: quien más haya conseguido ha de llevarse fama y titulares. Refuto esta horrorosa noción contable haciendo uso de recursos usuales. Hablaré de que es más productiva la abundancia de virtudes, de afectos, de amistades, de buenas intenciones. Diré que los doblones no suman ni restan; están o no están, pero no son una varible en la ecucación de la felicidad. Así, este fin de semana fui millonario. Mi balance dio positivo de lazos que no se han disuelto en las aguas turbias del calendario enemigo.

Sólo eso por hoy; nada más. Palabras sencillas que me atrevo a maquillar con las texturas dudosas de mi prosa.

Para finalizar, dedico esta breve pero firme reflexión sentimentaloide a quienes invierten en mi emprendimiento, asegurándoles que tienen en mí un accionista irrevocable de los suyos. Ustedes saben quiénes son: me ven sonreir cuando llegan.



PD: Dos semanas pasaron desde que estas palabras vieron la luz. Durante ese lapso auditorías de lapiz fino revelaron groseros números en rojo en cuentas que a primera vista parecían en perfecto orden. Debo decir que si bien esto me enoja (como todo lo que apesta a mi alrededor), el enojo es menos poderoso que saberse acompañado no cuando uno quiere, sino cuando uno lo necesita. Sacrifico todas las broncas, pues, a cuenta de futuros abrazos.

PD2: Saludos a quienes tienen enchufada la memoria.

lunes, 7 de marzo de 2005

La Reflexión de la Semana (domingo por la mañana)

Joquetas y timberos:

Es que a veces me siento a contramano. El alba me recuerda que este día no es distinto. Parace un domingo cualquiera, pero es el último domingo. Vendrán otros, numerosos y similares, pero este es único; es, por lo tanto, el último. Nada que sea distinto puede ser algo más.

Vivo y vivo. Me es imposible llegar a un acuerdo con lo que me rodea. Me rodea el mundo, el universo. El universo y yo estamos en desacuerdo. No enemistados; simplemente tenemos criterios distintos. Cómo pudo pasar esto, habiendo nacido yo parte y consecuencia de este todo, no me explico. La única conclusión válida es que la naturaleza misma me puso (nos pone a todos) en esa posición de incetidumbre. El motivo de tal actitud es inescrutable. Aparecemos en la historia para contradecir.

Sería coherente deducir que estando todos atrapados en el mismo plan podríamos entendernos entre nosotros. Unirnos y luchar, buscar en conjunto la respuesta y desafiar así el designio primordial. Parece ser que parte de la locura consiste en fabricar un desacuerdo generalizado, cuyo resultado termina siendo que aun entrelazados, cada uno de nosotros está aislado. Todos buscamos lo mismo y somos incapaces de ayudarnos los unos a los otros. Todo alianza es fútil: el abismo debe enfrentarse en soledad.

A veces me siento a contramano, y esta mañana no es diferente a esos momentos de infortunio. Me siento a contramano porque efectivamente lo estoy. Una vez más, he comprobado esta noche que el mundo no es lugar para mí. No estoy preparado. Me falta... algo. No sé quién pueda ayudarme, no sé si alguien pueda hacerlo. Estoy solo ante esto. Otro patrón se evidencia al tiempo que el sol avanza y esconde lo sucedido: cada vez que la respuesta se perfila y toma forma, el interrogante ha perdido relevancia. Siempre a destiempo.

En cierto momento amable creí tener la capacidad de prever momentos como este, y a partir de esa predicción, entenderlos; del entendimiento se desprendía el poder de controlarlo todo. Ahora, cuando han pasado ya tantas noches en que una y otra vez mis castillos se han revelado de arena, el entendimiento es sólo una tortura que me recuerda que nada puede controlarse.

Sigo, sin embargo, en pie. Me sostiene la noción de que no es vana la lucha, que ha de pagar eventualemente. Todo esto ha de tener una conclusión. Seria una infamia llegar al final para no obtener una resolución.

Las noches turbias deben terminarse. Está decidido: hay que adaptarse o reventar.



Tincho (ofuscado por tanta necedad vestida de analfabetismo)

viernes, 25 de febrero de 2005

La Reflexión de la Semana (nociones sobre el fin)

Carnavaleros y murgueras:

Cuando alguna de las mil formas que tiene el diablo de distraernos surte finalmente efecto, sucede que olvidamos (¿no es el olvido el peor infierno?). Éste no es momento ni lugar para determinar cuál es el inventario de recuerdos cuya conservación debe instigarnos a la resistencia: cada uno tendrá los suyos. Se perfila así el olvido como una de las armas más poderosas de los Otros, minando nuestras vidas con sutileza y empeño magistrales. Al final del camino nos hallaremos vacíos, sin saber siquiera cómo hemos terminado en el desierto absoluto.

Tuve durante los últimos días la posibilidad de percibir este concepto, mas no de abarcarlo por completo: como a toda certeza o verdad, me es imposible atraparlo y desnudarlo. Pero sí pude, en virtud de hallarme alejado del campo de batalla, agilizar los mecanismos entumecidos. Detecté que, a fuerza de no hacer nada, el hombre aburrido transita reflexiones curiosas. La noche y el silencio (siempre cómplices de las cosas grandes y los momentos memorables) facilitan el despertar. Pues es así cómo se siente este hombre falto de objetivos: libre su mente de agendas y horarios, emerge poco a poco de un sopor pegajoso. Reconociendo su naturaleza peligrosa y terrible, huye nuestro héroe de los lugares comunes que decoran sus días, temiendo toparse a la vuelta de alguna esquina con ese demonio persistente que lo persigue incluso en sueños.

Durante cierto tiempo, no hay sentir más sano que el que disfruta este señor al verse a salvo de su enemigo. Puede pensar en dónde está parado; en cómo llegó allí; en adónde quería ir en un primer momento. Revisando el camino transitado, detecta desvíos que no tenia conciencia de haber tomado. Ve con asombro dónde se ha demorado, por qué bellos parajes siguió de largo sin prestar atención. Saca cuentas y ve, aterrado, que ha gastado una fortuna para llegar a un lugar al que nunca habia querido ir.

Si fuera nuestro amigo algo más que humano, podria aprovechar esta revelación para corregir las fallas en su plan, para retomar el camino original del que fuera alejado contra su voluntad. Pero siendo humano, se desespera. La perspectiva de pasar la eternidad perdido, buscando por siempre la forma de escapar del laberinto atroz, congela fatalmente sus reflejos. Pasmado, siente que todo está perdido. Pronto ha de volver a la lucha, y no ha recobrado aún fuerzas. ¿En qué se fue el tiempo?

El tiempo se va siempre en alguna de dos cosas: en adivinar el futuro o en preguntarse cómo cuernos pudo ocurrir el pasado.

Así llega el día final en que nuestro muchacho debe ponerse la corbata otra vez. Su temor es vasto; su espíritu está inquieto. El diablo no se altera: el sueño y el olvido siempre triunfan. Llegará el momento en que el hombre reincidirá en sus preguntas, en sus sus dudas; no importa: ya habrá olvidado que ese es también un camino transitado.

Siento ya el hormigueo. Veo cómo los colores se destiñen y las cosas pierden identidad. A cada segundo miro mi reloj y en el vistazo pierdo una hora.

Se acaban las vacaciones, amigos: un horror. Habrá que aprender, me parece, a vivir durante todo el año.



Un abrazo, un apretón de manos, un beso o una caricia, según corresponda.

miércoles, 19 de enero de 2005

La Reflexión de la Semana (sí, lo sé: mis semanas ya duran meses)

Amigas y amigos de todas las cosas:

Se presenta hoy una noche amable. Muchas han sido las que, ponzoñosas, invadieron la paz atropellando esos preciados y pocos momentos afables que justifican, de vez en cuando, esta molesta condición de estar vivo por poco tiempo.

Pasó Navidad, pasó Año Nuevo, y también vinieron y se fueron nuestros amigos Gaspar, Melchor y Baltazar. Como todas las cosas buenas, los festejos han de terminar. En una extensión o adaptación de esa idea esbozada en un segundo por el Maestro: una sopresa cada cinco minutos no es sorpresa. Así explicamos por qué cada festejo ha de terminar: para dar lugar al próximo, no sin antes permitir algún malestar, no sea cosa de acostumbrarse a ser feliz.

Hemos dicho ya, en algún poema atropellado, que el desencuentro es dulce tan solo por la posibilidad del encuentro. Patrañas para engañarnos mientras extrañamos. Caretas para despistar a la nostalgia. Me quedan dos cigarrillos: ¿no es un engaño consolarme pensando que ya he fumado suficiente? Es una falacia pensar que se puede ser demasiado feliz, pues no hay alegría que sobre.

Me he reencontrado hoy con un familiar. Océanos y meses nos separaron. Costumbres y realidades se interpusieron. Cuán poco importa en el momento del abrazo... Es lo de siempre: relegar hasta el último minuto la consideración de lo que en verdad nos importa, por necedad, por inexperiencia. Qué pena y qué desperdicio tener que vivir para aprender a vivir. Pero qué mágico es conocer por fin la verdad.

Vengo de un lugar donde es más fácil cerrar una puerta que abrir el corazón. Vivo en una cuadra donde reina el olvido.

¿Por qué será que cuanto más leo más me convenzo de la inutilidad de todo? Quizà deba dejar de leer. Quizá deba leer otras cosas. Los grandes han hablado siempre desde la miseria, han descripto el infortunio más que la suerte. La preocupación última no es nunca la naturaleza de la felicidad sino el por qué de la amargura.

Hacer la diferencia: la mayor de las quimeras.

Lágrimas eternas podrías llorar, amigo: la misma luna señalará el lugar exacto de tu sepultura.

Como siempre, no nos queda más que ir a contramano. Apuntar los dardos hacia donde mande el corazón.

Ha regresado un familiar, por pocos días, a regalarnos con su visita algo más que su presencia. Sin querer, nos ha regalado el milagro de recordar lo que alguna vez estuvo por aquí y ya se perdió. Nos ha permitido, por un rato, mirar hacia atrás con una sonrisa y hacia adelante con esperanza. Es en esta época donde ciertas cosas nos afectan con fuerza peculiar que estamos abiertos a contemplar el pasado y el futuro con la misma actitud de relegado optimismo. Qué bueno sería que estas épocas abarcaran el año entero.

Los dejo presa un sinsabor atroz: la ignorancia de no saber si este conflicto se resolverá algún día; sin entender si en algún momento podré, ante cada sucedido, considerar los ya ocurridos, pensar en los que vendrán, y decidir si vale la pena hacer el esfuerzo de agitar el alma ante la perspectiva de una eternidad de silencio y olvido.


Un beso, un abrazo, un apretón de manos, o una caricia, según corresponda.


Tincho

sábado, 1 de enero de 2005

La Reflexión de la Semana (edición especial de año nuevo)

Niños y niñas:

Cuando llega fin de año y la maratón habitual de saludos, expresiones de buenos deseos y muletillas de temporada me instan a escribirles, siempre la pregunta es la misma. ¿Qué es un buen saludo de año nuevo? Mafalda en algún cuadrito se preguntó alguna vez si no sería mejor, ante el nuevo año, usar un saludo nuevo también. Pronto desistió. Aún considerando que mi sabiduría es nada comparada con la de Mafalda, insisto aún en aquel viejo paradigma que consiste en luchar aunque el fracaso ya esté escrito.

Y entonces, ¿qué hacer? Para aquellos cercanos a mí, "¡Feliz año nuevo!" es una frase que me parece ya una falta de respeto. ¿No tengo mejores palabras que ofrecer a mis amistades de siempre, a las nuevas, a las que se están gestando todavía? Quiero creer que sí.

Desear cosas para otro. Desearle felicidad, éxito, salud, bienestar, paz. Es esta la actitud que reviste el saludo en épocas como esta. Pero caramba, eso lo pienso cada día. No hay novedad ahí. Pero se me ocurre que nuestra forma aporteñada de ser (o mí forma aporteñada ser, mejor dicho) complica la transmisión de este sentir usual. No es habitual decir "te quiero" a un amigo. Suena cursi. Suena tonto. No lo es. Hace falta.

Como sé que el sentimiento es recíproco, que no fueron pocos quienes este año me apoyaron, me aconsejaron, me guiaron, me reprendieron cuando fallé y me sacudieron hacia la corrección nuevamente, arranca este saludo con un agradecimiento. Agradezco a ustedes, camaradas, compadres, amigos, mis queridos chichipíos, todas sus palabras, sus presencias. Agradezco los llamados, las risas y los ratos. Agradezco todo cuanto me ofrecieron sin que lo pidiera. Cosas me pasaron este año, ciertamente algunas mejores que otras, y en cada ocasión (cuando hubo que blandir la espada así como cuando fue tiempo de aflojarse la corbata y tomarse unos mates) al mirar a mi costado tuve la suerte, el privilegio de verlos. Espero que, entre las caras que los acompañaron a ustedes, hayan visto la mía.

¿Y qué puedo desearles? Ya saben que lo usual, pero agrego un deseo en el que me incluyo: sigamos como hasta ahora, y tratemos de mejorar. Me parece que tan mal no venimos.

¿Una referencia a los Otros y sus macabras acciones? Prefiero aventurar una tregua hasta la próxima reflexión.

¿Una conclusión sobre el año que pasó? Breve, muy breve, y parafraseando a un muchacho con problemas en su momento más lúcido:


Dí lo mejor de mí, y no tengo arrepentimientos.


Hoy más que nunca, un beso, un abrazo, un apretón de manos, o una caricia, según corresponda.


Tincho


PD1: Cuidado con los corchos, las balas perdidas, y los idiotas de siempre.

PD2: No me guarden pan dulce, que no me gusta.