domingo, 28 de noviembre de 2004

La Reflexión de la Semana

Mis queridos gorriones otoñales:

Lista y terminada, con un moño y pronta a ser despachada, otra iba a ser la reflexión de esta semana. Las cosas suceden, sin embargo, y los planes se desvanecen. Una a una, toda preparación se revela fútil.

Cierta persona me hizo notar que estas reflexiones se están pareciendo más a un diario que al editorial original, nacido hace ya más de tres años. Hay quien afirma que es imposible escribir sino acerca de uno mismo; que somos la suma de nuestros recuerdos, y a partir de ellos vemos y pensamos el mundo, lo medimos y juzgamos y disfrutamos u odiamos. Si ustedes, camaradas, aceptan esta idea y estas palabras parecen un diario, culpen entonces a mi incapacidad de enmascararlo como algo más. Si al hablar de algo, en realidad hablo de mísmo, así sea.

No es mi mayor preocupación, sin embargo. Cosas más importantes se me escapan.

He abusado de una figura en estas charlas. Distintos nombres y rostros recibió, maquillado con letras de estilos (espero) diversos. Llámese mi M, sean los Otros, sea la marea o la pauta que todo lo rige y del que no podemos escapar, en cada párrafo la referencia es clara. Quien haya tenido alguna charla conmigo sabrá que símbolos como este son habituales en mí; un recurso para hablar de algo sin nombrarlo.

Llámese como se llame, este horror se ha apersonado nuevamente en mi puerta, un ramo de claveles en una mano y una carta de adiós en la otra. Hoy, hace quince minutos y a partir de un sucedido fuera de serie, he comenzado a vislumbrar y definir ese patrón, la M. La punta del ovillo. Un rélampago en la noche. Un comienzo. La primera pista para develar el misterio: pareciera ser que tengo dificultad para conservar las cosas. Debí haberlo sabido antes, ¿cierto? Cuando hablaba de la marea, de cómo nos afecta sólo de a ratos, para luego irse y regresar más tarde, en eterna insinuación... ¿no es clara la metáfora? ¿Bajo el influjo de qué terrible hechizo puedo decir algo así y no entender?

Psicólogos go home.

Una vez más, he tenido algo para perderlo inmediatamente después. Una vez más, he creído haber llegado, cuando en verdad aún no había abierto la puerta. Una vez más, la M me ganó de mano. Y sí, de mil formas expresé con anterioridad mi simpatía por la revuelta, por renegar de este patrón amargo. ¿Pero no se cansan ustedes, amigos, de estar siempre en guardia?

Sería tan fácil estar en la otra vereda, jugar a la payana todo el día, no ver más que los dedos de mis pies y creer que son la cima del mundo y vivir feliz en la eterna noción de todo está bien ya. Entiendo que es ése el discurso de los Otros, que así reclutan sombras para su ejército. Si de algo puedo enorgullecerme, es de reconocer su naturaleza fatal, y descartarlo.

Y ahora el vaso medio lleno. Cada oportunidad perdida, se me ocurre, deja su lugar para que nuevas oportunidades se presenten. Cada ausencia, cada olvido, cada despedida puede traducirse en su antónimo si predisponemos los sentidos y nos ofrecemos al mundo. Que el destino haga lo que quiera. Quizá nuestra estrategia para evitar el desaliento y la angustia deba ser aprovechar con inteligencia cada pequeño aroma, cada flor, cada día soleado, y sostenernos los unos a los otros en tiempos de tormenta. Que la intensidad de cada dolor refleje la alegría que lo precedió. Que cada lágrima implique un amor. Si no hay forma de caminar sin tropezar, pues entonces a disfrutar del paisaje como mejor podamos. ¿A qué estar pendientes del asfalto?

Con un sinsabor en las ideas, los dejo hasta la próxima.



Un beso, un abrazo, un apretón de manos, o una caricia, según corresponda.


Tincho


"Quizá dé lo mismo
estar vivo o muerto
si no puedo hacer la diferencia
ni romper la marea
o perdurar ola para siempre
brillante de espuma
sin romper jamás."


(de "Las pautas de la espuma", por este humilde servidor)

martes, 9 de noviembre de 2004

La Reflexión de la Semana

Mis queridos seres alados:

El cursor indeciso parece burlarse de mí. "¿Qué harás, compadre?", me pregunta. "¿Sobre qué divagarás esta semana?". Pues son dos los temas que están planteados, muy claramente, en el calendario de estos últimos siete días. Uno de ellos, importante, mundial. El otro, más cercano y humilde, pero quizás de efectos más perceptibles. La política y el corazón parecieran ser temas separados por distancias cósmicas. Poco sé sobre política, y aparentemente mucho menos sobre el corazón, a juzgar por sucesos recientes sobre los que algunos estarán al tanto. Me atrevo, sin embargo, a esbozar algunas semejanzas que se dejan ver tras algo de reflexión y un poco de humo.

Se me ocurre que ambos versan sobre la naturaleza humana. Cargados de subjetividad, son escencialmente dos de los tantos perfiles por los que se puede aventurar una insensata exploración del las motivaciones del hombre. Nuestras vidas están sujetas a ambos, pues por mediante uno juzgamos nuestra felicidad, y según el otro consideramos nuestra situación en el mundo. Es imposible hacerse el otario: quien desconozca el poder de la política y del amor está ciego.

Aceptando esta relevancia, me pregunto: ¿cuántas veces, en nuestros días llenos de rutina, dedicamos un minuto siquiera a una profunda consideración de ellos? Confieso que el noventa por ciento del tiempo, mi mente se ocupa de trivialidades: acomodarme los anteojos, verificar que el cierre de mi pantalón no revele intimidades, lavarme los dientes, mirar televisión, adivinár qué está diciendo mi jefe.

¿Qué hay de malo en eso? Que de pronto suceden cosas, y no sabemos cómo reaccionar. El mundo se mueve hacia la locura y nos petrificamos como conejos encandilados. Nos encontramos con una vieja novia, y quedamos reducidos a un manojo de inquietudes y palabras bobas.

Recuerdo con claridad a Sandra, mi maestra de séptimo grado. Ella algo de esto sabía. En cierta carta que aún conservo, escrita pensando en nuestro entendimiento del mundo, en nuestra ocupaciones preadolescentes, esbozó algún concepto en este sentido. Nos dijo - a mí y a mis compañeros - en aquella correspondencia, que si bien podía enseñarnos a hacer análisis sintáctico, o a escribir un resumen, más difícil era conseguir que enfoquemos nuestro esfuerzo en crecer y convertirnos en personas de bien. Ella sabía que terminaríamos la escuela sin estar preparados para andar por ahí. Me dirán "Para eso está el secundario". Me dirán "Para eso está la universidad". Otro les reponderá "No hay escuela que enseñe a amar". Haría falta, sugiero, un entrenamiendo en la vida, que hoy por hoy sólo se consigue viviendo. Como ya muchas veces hemos dicho, a este paso completaremos nuestro aprendizaje en instante mismo de nuestra partida.

¿Qué nos queda, entonces? Si comprenderemos aquello que más necesitamos saber una vez que ya no nos sea útil, ¿qué podemos hacer? Todo lo que podamos, digo. Todo lo que podamos, y entonces no tendremos arrepentimientos. Sospecho que hacer nuestro mejor esfuerzo es razón suficiente para ganarnos el derecho de ir al Paraíso. Pero en tanto abracemos la ley del mínimo esfuerzo, nada bueno puede esperarnos a la vuelta de la esquina.

Niños, niñas: den lo mejor, siempre, en cada momento. En las grandes hazañas y en los momentos mínimos. En las tragedias más agobiantes y en las alegrías cotidianas. Den lo mejor y sonrían.





Un abrazo, un apretón de manos, un beso o una caricia, según corresponda.



Tincho (aún azorado ante la fuerza inefable y monstruosa del azar)

martes, 2 de noviembre de 2004

La Reflexión de la Semana (posponiendo la alegría)

Camaradas de la nostalgia y la sonrisa fácil:

Les escribo desde un rincón oscuro. Oscuro porque no hay luz o porque no la veo. El eterno vaivén de mi humor me tiene sin respiro. ¿Será un problema neuroquímico? ¿Tendré la sinapsis atrofiada? Ah, olvidé que esto no me importa ni siquiera a mì... Prometo que, durante algunas semanas, esta será la última referencia a mi pésino ánimo.

Por lo tanto, para darle un punto final a este recuento de pesares, les paso unas líneas que escribí en algún momento menos luminoso incluso que éste, aunque ya no recuerde cuál fue el objeto de aquel dolor (¿pero no son todos el mismo?).





No termina



nunca escapé
me creí salvado
finalmente ajeno a todo esto
cuando menos lo esperaba
me encontré desesperado
¿qué pasó? me increpé al espejo
si yo era infalible
si yo ya no estaba para estas cosas
y ahora, corazón, comprendo
¡cuánta razón tenías!
quien sepa derramar una lágrima
jamás será libre
cuánta desazón
y qué tormento
es saber
lo más díficil es reconocer
que ni las palabras más heróicas
están cerca de describir
nada de nada
todo queda en la implacable
soledad
de un hombre
mirando al cielo
una lágrima en su mejilla
una sonrisa en su boca
todo queda en la lejanía
de su mujer soñada
aún el eventual beso
el esperado encuentro
no pueden borrar por completo
el haberse sabido solo
y estremecido
ante el patrón de sucesivos finales
y ningún principio
que nos rige
mi M sigue por allí
en alguna parte
muerta de risa
sólo hay una esperanza
que no podré perder en vida
la de creer que cuando
me despida por fin
podré abrazar a esa M temida
ese ciclo innombrable
que vuelve una y otra vez a mi vida
cada tanto
cuando estoy con la guardia baja
creyéndome eterno
podré abrazarla y preguntarle
de una buena vez
bueno aquí estoy
¿qué querés?
¿qué querés de mí?

Martín Straus

09/03/2004





(a las dos y veinte de la mañana, cansado, triste, escuchando música depre, sin cerveza ni cigarrillos

el infierno, amigos

el infierno)



Tincho