martes, 28 de septiembre de 2004

La Reflexión de la Semana

Mis queridos chichipíos:

En un nuevo ataque de nostalgia (ya no deberían sorprenderme tanto), he releido viejas ediciones de esta sección olvidada. ¡Ah, caramba, cuánto delirio!

Junto a algunos de ustedes, me atreví a explorar ciertos temas comunes y otros vírgenes. Hemos hablado sobre la amistad, sobre el buen gusto, sobre las tragedias que azotan nuestro planeta. A todos ellos los hemos tratado con toda la seriedad de la que somos capaces... mejor dejemos para otro día, amigos, la discusión respecto a si es poca o mucha.

Hoy me siento alegre; por lo tanto no voy a molestarlos con las tristezas acostumbradas. Esta nueva primavera se merece otra cosa. En esta oportunidad voy a dedicarles un simple saludo.

¿A quién engaño? Mis manos están adormecidas. Si tan sólo les ofrezco un saludo, es porque no puedo escribir nada más. Por el momento, claro está; escribiendo viene la fuerza para escribir. Considérense estas líneas como los primeros pasos de quien ha sufrido un accidente y debe aprender a caminar otra vez. Serán inseguros y pocos al principio. Con el tiempo, sin embargo, ganarán firmeza, osadía. Pronto serán un trote seguro, para terminar luego en la carrera loca de antaño...

Han pasado muchas cosas desde la última reflexión. Creo que todos hemos vivido pesares y alegrías por igual. La cuenta quizá no sea alentadora por el momento. Pero recordemos que vamos por el camino de la luz, y todavía llevamos la ventaja. Los Otros tendrán el dinero y las llaves, pero yo sigo eligiendo el sol y el viento.

Valga esta entrega, entonces, como un guiño para quienes ya conocen estas reflexiones de ayer, hoy y siempre; como una bienvenida para quienes no; y como un recordatorio para quienes las olvidaron.

Para despedirme hasta la semana próxima, cometo un pecadillo y me cito a mí mismo. Y que esta cita baste para definir el rumbo que – esperemos - hemos de seguir en las próximas semanas.



"Nuestra batalla no escapa a la estrategia del Cielo,

pero sí consigue que los dioses se miren, atónitos,

y se pregunten, en el vacío final del espacio,

si algo se les habrá escapado...”



Un abrazo, un apretón de manos, un beso o una caricia, según corresponda.



Tincho (donde siempre: en la bruma y sonriente)