miércoles, 3 de abril de 2013

Agua

Hace poco más de un año, con bastante poco tacto dije que ya estaba, que la macana estaba hecha; que los muertos - 52 en total - ya estaban muertos. La ocasión era la tragedia de Once. ¿Por qué lo dije? ¿Porque lamenté poco esos muertos? ¿Porque creía que siendo la muerte irremediable, no tenía sentido redundar en análisis?

Lo dije por inocente. A pesar de mi acostumbrado pesimismo, siempre me queda esa pequeña cuota de esperanza. ¿A quién no le gusta verse gratamente sorprendido, contra todo pronóstico? ¿Quién no quisiera creer que, por una vez, las cosas van a funcionar cómo deben, y en el afán de ver esa esperanza satisfecha, tropieza con la ansiedad de pasar rápido las hojas del libro hasta el próximo capítulo?

Después de Cromañon creímos que, por fin, los desalmados iba a mirar los cadáveres carbonizados tirados en la calle, apilándose mientras sacaban más cadáveres de entre las llamas, e iban a pensar, a sentir "hasta acá llegamos". Lo que ocurrió fue que pusimos un altar, cerramos una calle, y nos quedamos pedaleando en el aire, discutiendo tecnicismos legales sobre el grado de responsabilidad moral y culpabilidad penal de un tipo que toca la guitarra.

Ocho años después, un tren nos recordó que no cambió nada. Acostumbrados a que el tren era lo que era, a que nadie lo iba a cambiar, seguimos pagando el boleto, subiéndonos a sus vagones, y dejándonos conducir de terminal a terminal. En una maléfica convergencia entre metáfora y literalidad, el tren chocó y  murieron 52 personas. Por segunda vez creímos que, por primera vez, los desalmados iban a pensar, a sentir "hasta acá llegamos". Pero sin darnos cuenta volvimos a quedar pedaleando en el aire, discutiendo sobre si la culpabilidad empezaba y terminaba en el maquinista o si, como una sabia podrida, circulaba hasta el tronco y sostén de ese árbol funesto. Un año más tarde, el mismo tren, en las mismas condiciones, sigue transportando a los sobrevivientes, y se sigue descarrilando a la salida de los talleres.

Hoy ya se ve el germen de lo que será nuestro olvido selectivo de mañana. Se hablará sobre si hubo o no hubo advertencias de órganos auditores que indicaran que había que hacer obras. Se dirá si el radar de Ezeiza funcionaba o no y, en caso de no funcionar, si eso hubiera ocurrido si los militares siguieran manejando el espacio aéreo. Si dirá si Macri, Scioli y Cristina deben quedarse de guardia 24x7x365 en caso de que, ocurrida una desgracia de magnitud, den una conferencia de prensa en forma inmediata. Se ponderará por qué se hacen algunas inversiones cuando otras hubieran evitado la desgracia. Se pedirán renuncias, se sacrificarán perejiles, se declararán lutos, se realizarán homenajes, se erigirán monumentos y se renombrarán calles. Me imagino incluso a personajes nefastos como Lubertino pidiendo prisión para meteorólogos que no anuncien tragedias en tiempo y forma.

Imagino tapas de Página/12 ponderando la inutilidad de Macri. Imagino titulares de Clarín viendo por dónde le pueden meter el puñal a Cristina. Veo en este mismo instante a los legionarios de 678 pasando, con sorna, un audio donde Rial (famoso, pero un don nadie al fin) le dice a Macri que no puede tomarse vacaciones. Veo en Canal 26 cómo pasan, una y otra vez, un video de Cristina explicando a los inundados que a ella también se le inundó la casa cuando era chica. Como si alguno de los dos dirigentes necesitara que un medio amigo o enemigo nos señale sus virtudes o falencias con una flecha luminosa.

Auguro que en dos meses vamos a estar, por tercera vez, braceando en la nada. Discutiendo si el problema es que uno es radical, liberal, neoliberal, peronista de Perón, peronista de Néstor, peronista de Cristina, trotskista, comunista de Fidel, comunista del Che, socialista o narcosocialista. Revolviendo cajas humedecidas, cajones enmohecidos y videotecas antiquísimas para detectar en qué comentario cierta persona se contradijo con qué otro comentario. Haremos gala de las frases célebres más ordinarias para expresar nuestra "solidaridad con las víctimas", reclamar la "presencia del Estado", denunciar "políticas poco inclusivas", gritar que "la corrupción mata", escandalizarse por la "falta de previsión", exigir "determinación de responsables y culpables". Clamaremos por que la justicia se expida. Se pedirá que ruede alguna cabeza; alguna, no importa mucho cuál. Tendremos esos gestos inútiles como poner  una cintita negra en el avatar de nuestras redes sociales.

Pero pasarán los días, las semanas y los meses. Para todos excepto para las víctimas directas, pronto los cadáveres y nuestra memoria de ellos se enfriará. Volveremos a preguntarnos - indefectible, tragicómica y  horriblemente - si conviene poner lo que sobró del sueldo en un plazo fijo, o aprovechar la promoción de Coto para cambiar el LCD por un LED. Volveremos a quejarnos porque no podemos comprar dólares, y a creer que el drama del país es un vecino que quiere comprar dólares. No podremos evitar comprar pantalones de $800 y quejarnos por los precios de los pantalones. Iremos al bar a quejarnos de cuánto pagamos de ABL mientras saboreamos una cerveza que cuesta medio ABL. No cejaremos en nuestra queja por el precio de los servicios públicos, al tiempo que reclamamos mejores servicios. Caeremos por enésima vez en el abismo de pedir que alguien, alguien, se haga cargo, pero que primero alguien, la misma persona u otra, decida qué es aquello por lo que falta quien se hace cargo.

Del "que se vayan todos" no queda nada. Y durante los últimos diez años venimos escuchando que está bien que ya no queda nada, porque de las cenizas de ese grito desesperado nació una nueva política, joven, pujante y comprometida. Pero cuando se atenúa el brillo de esa promesa vacía, vemos que todo sigue exactamente igual.

Me reservo, para mi fuero interno, para alimentarlo y nutrirlo hasta que sea certeza, mi diagnóstico sobre por qué pasa esto que nos pasa.

En la Ciudad de Buenos Aires hubo 5 muertos. En La Plata, 48. Cómo puede morirse en el siglo XXI una sola persona por una lluvia, no me entra en la cabeza. No minimizo la magnitud del temporal. No digo "garúa y nos ahogamos". Pero no estamos hablando de un tsunami, de un terremoto, de un meteorito, de un ataque terrorista. Estamos hablando de inundanciones en los dos centros urbanos más importantes del país. Inesperadas, sí. Que batieron récords, sí. Pero inundaciones al fin, que ocurrieron allí justamente donde abundan los recursos como para asegurarse de que no muera nadie por un evento como ese.

Les recuerdo que esos recursos, ese dinero que surge de presupuestos que se conforman con el cobro de  impuestos a las mismas personas que luego se mueren en los desastres, se dedican a disparates como Fútbol para Todos, la pelotudez de los decodificadores de Televisión Abierta Digital, el bodrio de las playas secas en el norte de la Ciudad, la estupidez injustificable de contratar al staff de Baywatch y a Emilio Disi para publicitar la playa, en inentendibles subsidios a la Iglesia Católica.

No soy la vela más brillante del candelabro, ni la pluma más hábil del cono sur. Pero si leíste acá, amigo lector, y te acordaste de que existe ese adefesio presupuestario que es Fútbol para Todos, y habiéndolo apoyado antes, no se te estrujó - un poco al menos - el corazón, sólo puedo concluir que he fallado en transmitir el mensaje, o que existe una brecha tal entre tu forma de interpretar el mundo y la mía, que esa transmisión es imposible.

Como es mi costumbre, revisando poco y nada lo escrito, los dejo hasta la próxima.

Un beso, un abrazo, un apretón de manos o una caricia, según corresponda.

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