sábado, 31 de marzo de 2001

La Reflexión de la Semana

Muchachos:

Otra semana que se va, de la mano de un viernes fatídico, castigado por una ciudad amarga y fofa. Un cielo que no se decide, una paloma que picotea media Plaza de Mayo, un viejo que escupe una vereda. Pequeñas imágenes de esta sopa marrana, este útero pervertido que nos hace renacer a la depresión y el rencor que marcan nuestro camino. Transitamos sendas anegadas de podredumbre, pobreza y deshonor. Comemos basura de primera calidad, relamiendo nuestros dedos raquíticos en un rictus de resignada aceptación. Asimilamos droga y violencia, locura y traición. Miramos por la ventana y vemos al vecino, y queremos prenderlo fuego. Nuestro reflejo nos mira, muerto de risa, sabiendo que él disfruta una existencia temporal y feliz, mientras nosotros, del otro lado, nos condenamos cada vez más a la rutina del desencanto. Moriremos anónimos, crédulos de haber hecho un cambio en la inmundicia, tan ciegos como hemos vivido. Pero nada nos importa, nada nos conmueve. Permanecemos en nuestra locura urbana ignorantes del camino de liberación, de la forma de matar al útero y nacer por nosotros mismos. Compramos una personalidad en cuotas y pagamos intereses, felices de que nos digan cómo y qué sufrir, de que nos lleven de las narices siempre hacia atrás, hacia adentro, un paso más cerca del centro de lo mundano.

¿Qué pasó con nuestra sonrisa? Al caminar miramos hacia abajo, sólo ocasionalmente hacia adelante. Evitamos la mirada de nuestros semejantes, y mirar hacia arriba nos provoca aprensión. Nos avergüenza ver nuestra infelicidad en la ajena. Somos títeres concientes, quejándonos del titiritero pero sabiendo que lo necesitamos. Somos animales malolientes de superficialidad y consumismo, de maravillosa necedad.

Y en medio de toda la locura, de toda la oscuridad que nos apresa, de toda la basura que somos y hacemos, una esperanza se deja entrever...


(originalmente publicada el 30/03/2008)