domingo, 8 de mayo de 2005

Escrito en la niebla

Mis queridos chichipíos, siendo esta la hora de la verdad, no esperen que les mienta (como es habitual). En estos minutos huérfanos, sólo las verdades más brutales han de encontrar la salida.

Es ésta una noche de aquellas, en que cosas simples nos recuerdan cuán complicada debe ser la vida para que valga la pena. Pretendemos justificar todo sufrimiento afirmando que sólo a través de él se llega al cielo. Nos ayuda la incertidumbre de sabernos en lo cierto. Nos cobija la duda.

Amanece con pudor. ¿Hay otra forma? ¿Qué amanecer puede ser a gritos?

Con la misma reserva se dibujan - en esta hora temprana o tardía - ideas de complejidad cuestionable y validez dudosa. Sabemos que los Otros esperan este momento con afán: es el momento en que nos mostramos flacos. El hambre que hasta aquí nos ha traído no se explica contando calorías. ¡Este hambre no se explica, canallas! Es una desnutrición de la felicidad.

Son muchos los cálculos que hemos hecho. Algunos de ellos califican la valía de tus supuestos. Otros ponderan lo inadecuado de tus soluciones. Nuestro análisis deja al descubierto las verdades de verdulería que te empeñaste en encadenar al cuestionable amparo de la tradición. Si todo está bien, nada ha de cambiar; si nada ha de cambiar, ¿a qué imaginar cómo podría ser?

Nos cegas antes de que abramos los ojos. Nos callas cuando aún no hemos conocido la palabra.

Eterna entrometida en mis certezas, prócer indeseada de mis dudas, te quiero fuera de mí pero te siento cada vez más arraigada. ¿Me defino a partir de tus límites?

Mis queridos chichipíos: olviden esta lucha; ustedes y yo sabemos que, lamentablemente, estoy perdido antes de gritar el primer grito, antes de golpear con el puño inédito. Seré polvo cuando la rebelión esté ya en el aire.

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