lunes, 7 de marzo de 2005

La Reflexión de la Semana (domingo por la mañana)

Joquetas y timberos:

Es que a veces me siento a contramano. El alba me recuerda que este día no es distinto. Parace un domingo cualquiera, pero es el último domingo. Vendrán otros, numerosos y similares, pero este es único; es, por lo tanto, el último. Nada que sea distinto puede ser algo más.

Vivo y vivo. Me es imposible llegar a un acuerdo con lo que me rodea. Me rodea el mundo, el universo. El universo y yo estamos en desacuerdo. No enemistados; simplemente tenemos criterios distintos. Cómo pudo pasar esto, habiendo nacido yo parte y consecuencia de este todo, no me explico. La única conclusión válida es que la naturaleza misma me puso (nos pone a todos) en esa posición de incetidumbre. El motivo de tal actitud es inescrutable. Aparecemos en la historia para contradecir.

Sería coherente deducir que estando todos atrapados en el mismo plan podríamos entendernos entre nosotros. Unirnos y luchar, buscar en conjunto la respuesta y desafiar así el designio primordial. Parece ser que parte de la locura consiste en fabricar un desacuerdo generalizado, cuyo resultado termina siendo que aun entrelazados, cada uno de nosotros está aislado. Todos buscamos lo mismo y somos incapaces de ayudarnos los unos a los otros. Todo alianza es fútil: el abismo debe enfrentarse en soledad.

A veces me siento a contramano, y esta mañana no es diferente a esos momentos de infortunio. Me siento a contramano porque efectivamente lo estoy. Una vez más, he comprobado esta noche que el mundo no es lugar para mí. No estoy preparado. Me falta... algo. No sé quién pueda ayudarme, no sé si alguien pueda hacerlo. Estoy solo ante esto. Otro patrón se evidencia al tiempo que el sol avanza y esconde lo sucedido: cada vez que la respuesta se perfila y toma forma, el interrogante ha perdido relevancia. Siempre a destiempo.

En cierto momento amable creí tener la capacidad de prever momentos como este, y a partir de esa predicción, entenderlos; del entendimiento se desprendía el poder de controlarlo todo. Ahora, cuando han pasado ya tantas noches en que una y otra vez mis castillos se han revelado de arena, el entendimiento es sólo una tortura que me recuerda que nada puede controlarse.

Sigo, sin embargo, en pie. Me sostiene la noción de que no es vana la lucha, que ha de pagar eventualemente. Todo esto ha de tener una conclusión. Seria una infamia llegar al final para no obtener una resolución.

Las noches turbias deben terminarse. Está decidido: hay que adaptarse o reventar.



Tincho (ofuscado por tanta necedad vestida de analfabetismo)

No hay comentarios:

Publicar un comentario