miércoles, 19 de enero de 2005

La Reflexión de la Semana (sí, lo sé: mis semanas ya duran meses)

Amigas y amigos de todas las cosas:

Se presenta hoy una noche amable. Muchas han sido las que, ponzoñosas, invadieron la paz atropellando esos preciados y pocos momentos afables que justifican, de vez en cuando, esta molesta condición de estar vivo por poco tiempo.

Pasó Navidad, pasó Año Nuevo, y también vinieron y se fueron nuestros amigos Gaspar, Melchor y Baltazar. Como todas las cosas buenas, los festejos han de terminar. En una extensión o adaptación de esa idea esbozada en un segundo por el Maestro: una sopresa cada cinco minutos no es sorpresa. Así explicamos por qué cada festejo ha de terminar: para dar lugar al próximo, no sin antes permitir algún malestar, no sea cosa de acostumbrarse a ser feliz.

Hemos dicho ya, en algún poema atropellado, que el desencuentro es dulce tan solo por la posibilidad del encuentro. Patrañas para engañarnos mientras extrañamos. Caretas para despistar a la nostalgia. Me quedan dos cigarrillos: ¿no es un engaño consolarme pensando que ya he fumado suficiente? Es una falacia pensar que se puede ser demasiado feliz, pues no hay alegría que sobre.

Me he reencontrado hoy con un familiar. Océanos y meses nos separaron. Costumbres y realidades se interpusieron. Cuán poco importa en el momento del abrazo... Es lo de siempre: relegar hasta el último minuto la consideración de lo que en verdad nos importa, por necedad, por inexperiencia. Qué pena y qué desperdicio tener que vivir para aprender a vivir. Pero qué mágico es conocer por fin la verdad.

Vengo de un lugar donde es más fácil cerrar una puerta que abrir el corazón. Vivo en una cuadra donde reina el olvido.

¿Por qué será que cuanto más leo más me convenzo de la inutilidad de todo? Quizà deba dejar de leer. Quizá deba leer otras cosas. Los grandes han hablado siempre desde la miseria, han descripto el infortunio más que la suerte. La preocupación última no es nunca la naturaleza de la felicidad sino el por qué de la amargura.

Hacer la diferencia: la mayor de las quimeras.

Lágrimas eternas podrías llorar, amigo: la misma luna señalará el lugar exacto de tu sepultura.

Como siempre, no nos queda más que ir a contramano. Apuntar los dardos hacia donde mande el corazón.

Ha regresado un familiar, por pocos días, a regalarnos con su visita algo más que su presencia. Sin querer, nos ha regalado el milagro de recordar lo que alguna vez estuvo por aquí y ya se perdió. Nos ha permitido, por un rato, mirar hacia atrás con una sonrisa y hacia adelante con esperanza. Es en esta época donde ciertas cosas nos afectan con fuerza peculiar que estamos abiertos a contemplar el pasado y el futuro con la misma actitud de relegado optimismo. Qué bueno sería que estas épocas abarcaran el año entero.

Los dejo presa un sinsabor atroz: la ignorancia de no saber si este conflicto se resolverá algún día; sin entender si en algún momento podré, ante cada sucedido, considerar los ya ocurridos, pensar en los que vendrán, y decidir si vale la pena hacer el esfuerzo de agitar el alma ante la perspectiva de una eternidad de silencio y olvido.


Un beso, un abrazo, un apretón de manos, o una caricia, según corresponda.


Tincho

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