viernes, 6 de abril de 2001

La Reflexión de la Semana

Muchachos:

Otra semana que se va, de la mano de un viernes paposo, insulso. Tras el ojo que nos mira constantemente, huye de nosotros una sonrisa macabra, dibujada por los dientes que mastican nuestra voluntad y nuestra fe. Nos levantamos y ya queremos acostarnos nuevamente. Cansados de trabajar, de descansar, de vivir y de pensar en la muerte, somos maniquíes de gelatina, perros que tiran del trineo en el que se montan unos pocos hipócritas de bolsillos llenos y sesera reseca.

Nos preguntamos si no hay un mundo mejor.

Lloramos la misma lágrima una y otra vez; compartimos un pañuelo húmedo y deprimente, sabiendo que el esfuerzo es fútil pero incapaces de escapar. Miramos a nuestro alrededor e inventariamos las cosas que nos desagradan. Corroboramos la lista y entre un ítem y otro vemos nuestro nombre. Nos entristecemos pero seguimos tomando el colectivo de siempre.

Nos preguntamos si tenemos otra opción.

Llamamos al 110 y nadie sabe nada. Nos esconden la respuesta y después la pierden. Ya no hay respuesta. Habrá que fabricar una nueva, nos decimos. Y la pulgosidad amable que nos alumbra, nos barre y nos limpia nos cierra la puerta en la cara, matándose de risa como si fuésemos bufones lastimosos, militantes de un humor barato y prefabricado. Les creemos, ¿por qué no? Carnaza de una albóndiga irreconocible, rodamos hacia una rutina que nos droga de resentimiento y agobio. El mundo se cansa de nosotros. Insistimos en que somos libres, continuamos la comedia amarga y creemos que nos van a aplaudir cuando termine, un apretón de manos y tal vez una flor. En lo profundo de nuestros corazones triturados conocemos la verdad.

El gusano del tiempo nos come desde adentro, ensañándose con esta dichosa actitud de dejarse vejar por ellos, por los otros. El gusano engorda porque sabe que él seguirá aquí cuando seamos polvo.

Y en medio del cansancio, en medio de la ceguera que nos llena de ira e impotencia, de codicia y resignación, vemos una luz. Una luz que nos invita a vender nuestras baratijas, a quemar nuestros ranchos. Una luz que promete tardes de sol y paseos entre los árboles, agua fresca, siestas amables y amistades eternas. Una luz que vemos y repudiamos, porque representa todo lo que no somos, todo lo que nos falta. Una luz que nos inunda de deseo, de ímpetu... algo que no estamos acostumbrados a sentir.

Una luz...

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