martes, 14 de julio de 2009

Teoría general de las personas (parte primera)

Orquídeas y malvones:

Trastabilla el hombre mientras vive. A tientas, enceguecido e inexperto, aventura pasos o carreras a través de rutas sumidas en la niebla. Otros van a su lado, pero si intenta acercarse, tocarlos, abrazarse, descubre las más veces que son espectros descerebrados que deambulan: han perdido el rumbo o nunca supieron tenerlo. Sólo por ventura intuye un alma afín en la distancia; un espíritu en sintonía con el que puede redactar una alianza temporal o eterna. Si es afortunado, tendrá fuerza para correr tras ella. Si cuenta con el beneplácito de los dioses, le dará caza y juntos podrán luchar contra la niebla.

Disiparla es alcanzar la sabiduría.

Solo o en legión, intenta el hombre entender hacia dónde va, por qué en el mundo en el que vive reina la sombra - si bien los ratos de sol son numerosos. Sospecha (tal vez certeramente) que la nube que lo rodea sucumbirá ante su entendimiento. Cada uno busca respuestas en disciplinas diferentes, a las que está predispuesto por designio celestial o caprichos de los aconteceres diarios (no siempre es el destino, muchachos y muchachas, un señor de barba tupida y mirada inflexible; es también, por qué no, una fatalidad o un golpe de suerte).

Algunos elegidos derrotan la ignorancia. Con altruismo, humildad y esperanza desparraman sus descubrimientos por doquier, en un esfuerzo por reducir la distancia que los separa de sus hermanos espectros. Pocas veces lo logran.

No somos aquí virtuosos de la ciencia o el arte. Estas líneas están signadas por el caos, la ambigüedad y el desconcierto recurrentes. Pero también por una irreflenable necesidad de perseguir la solución a esas incógnitas, por más esquivas que sean al alma sencilla, por más fatua que sea la posibilidad de éxito. Es dable entender que la reflexión de la semana no es más que la crónica de tales desventuras. El lector constante y avisado lo habrá adivinado ya.

Hoy presentamos el croquis desaliñado de una noción que germina en cajones cuya llave se extravía de continuo.

¿Qué noción es esta? Nos preguntamos sobre la naturaleza del conflicto.

¿Cómo podemos justificar el conflicto entre los hombres? Pensadores de todo tipo encontrarán causas distintas. Estas causas, en general, concordarán con la disciplina en la que mayor destreza tengan. ¿Pero habrá una forma de comprenderlas a todas en una única descripción que aplique a todos los casos? ¿Una teoría general, si se quiere, que nos permita entender por qué existe el conflicto? Habiendo tantas herramientas al alcance de la mano para discurrir en conjunto y encontrar territorios en común, intersecciones entre las expetativas, frecuencias que armonicen entre sí ¿por qué insistimos, una y otra vez, en el desentendimiento?

Nos consta que no por falta de intentar hallar ese páramo sobrenatural en el que todas las necesidades se vean satisfechas, todos los reclamos atendidos, todas las dudas aclaradas. Existen incontables reportes de litigantes que acusan haber propuesto mediaciones, medidas cautelares, contratos vinculantes y otras morisquetas para prevenir el desastre. Nos han llegado testimonios de todos los puntos cardinales en los que las partes juran bajo libros sagrados, mantos de la descarga y medallones poderosos haber dado lo mejor de sí para conservar la diplomacia y las buenas costumbres.

Aún así, lo único que parece encontrar la humanidad en cada esquina es una nueva excusa para agarrarse a palazos con el vecino. ¿No lo vemos - no lo ves, camarada - todos los días en el colectivo, pequeños tiroteos mundanos? ¿No están poblados los diarios de relatos de balaceras sin sentido? Basta salir a la calle para toparse con el desencuentro.

¿Crees acaso que los problemas del mundo no tienen solución? Te equivocas. Hay un único problema que parece no tener solución: cómo cuernos ponernos de acuerdo.

La maravillosa y compleja diversidad que caracteriza al género humano es fuente tanto de riquezas invaluables como de salvajadas innombrables. La multiplicidad de criterios, puntos de vista, fortalezas de espíritu, precariedades de la sensibilidad, grados de inteligencia, niveles de cordura, rigidez o soltura de carácter nos han dotado de un espectro amplísimo de tapices donde pintarrajear retratos de nuestra escencia como mejor nos plazca. A la oportunidad de acceder a esos tapices sin restricciones llamamos libertad.

Y resulta que cada uno de nosotros, en el afán de encontrar el camino que nos aleje de la niebla, el faro que nos guíe hacia una costa sin espuma, en cada momento tenemos nuestra atención enfocada en una cosa más que en todas las demás. No importa cuál sea esa cosa para tí, amigo, ni cuál sea para mí. Siempre hay una que goza de nuestra preferencia. No se trata de que en cada etapa de la vida persigamos un único objetivo, sino de que habrá, siempre, uno que será el primordial. La consecución de los demás estará subyugada a la de éste.

El conflicto, naturalmente, surge cuando sentados a la misma mesa, al pintar nos estorbamos los unos a los otros. Cuando nuestros objetivos no están en sincronía. Cuando detectamos la disonancia pero no sabemos cómo lograr el equilibro. Cuando tal equilibrio nos tiene sin cuidado.

No importa si los involucrados son naciones enemigas, barrios que compiten en torneos de fútbol o provincias que discuten por partidas presupuestarias. Da igual que se trate de dos personas o dos multitudes. Habrá conflicto toda y cada vez que el objetivo de uno no sea el objetivo del otro.

Y si hemos de solucionar los conflictos, ¿debemos por ventura descubrir cómo alinear nuestro objetivos? ¿Es esto posible sin que perdamos la fantástica diversidad que - en parte - nos define como seres humanos? Pero si todos quisiéramos la misma cosa ¿perderíamos identidad, convirtiéndonos en colonias de hormigas? ¿No es a través del disenso que enriquecemos nuestra experiencia, alimentándonos unos de las ideas de otros?

Si tan solo pudiéramos establecer en qué momento debemos suspender el debate para construir un objetivo en común, de manera que teniendo todos el mismo dejásemos de estorbarnos. Si pudiéramos al menos acordar que esto es necesario, fundamental para que que el conflicto no se trueque en disputa, la disputa en guerra...

Hasta aquí hemos de llegar por ahora. No es tarea de esta columna esporádica redactar desenlaces inexorables. La conclusión brotará (esperamos) cuando descanses la cabeza en tu almohada y los fantasmas que te agobian hallen consuelo - si bien momentáneo - y dejen lugar a la tranquila contemplación de tu propio alma.

Desnuda.
Temblorosa.
Buscando en la niebla otras como ella que tampoco le atienen a la salida.


Un beso, un abrazo, un apretón de manos o una caricia, según corresponda.

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