martes, 19 de octubre de 2004

La Reflexión de la Semana (desvelada)

Soldados de la buena fortuna y doncellas galácticas:

Les escribo con el estómago revuelto. Hay gente que me revuelve el estómago. Alguien más, me temo, se unió a las filas de los Otros.

Esta persona dio el último paso hacia el oprobio al aventurar una adivinación de mi futuro. Apelando a un Tarot de fantasía, vio en mis cartas golpes contra la pared y consecuentes dolores de cabeza. Aparentemente, me esperan el infierno y el olvido porque no me gusta el helado de limón, o porque no sé combinar los colores de mi ropa. Otros pecados de su parte fueron carecer de gracia, de humildad, de nobleza. Querer cagar más arriba de su culo, en pocas palabras.

"Así sea", me digo. No afirmo conocer un mapa hacia el paraíso, pero entiendo que de aquel otro lado las gentes piensen distinto: es un reino de osucuridad y confusión. ¡Cuidado! Aquí también llueve de vez en cuando... pero tenemos paraguas.

Me resulta agotador considerar la cantidad de personas desagradables con quienes he tenido trato. Todavía no puedo decidirme respecto a un interrogante que sólo a mí debe interesarme: ¿son estas personas parte de algún aprendizaje? ¿Estos encuentros y desencuentros me hacen crecer y ser mejor persona, envejecer hacia la sabiduría? ¿O, por el contrario, estoy creciendo y envejeciendo hacia la muerte... SÓLO PORQUE ME CRUZO CON ESTAS ALIMAÑAS?

Sí, lo sé. Todo es relativo; yo mismo soy la piedra en el camino de otros, blah blah blah... La naturaleza de la inquietud persiste, sin embargo.

Continúa esta persona quitándole magia a la penumbra y taladrando mi paciencia con su ineptitud en cuotas. Ni Kafka ni Lovecraft imaginaron pesadillas similares.

Y cuando la noche parecía perdida (y con ella la semana) llegó a mis manos un recordatorio de lo que fueron estos últimos siete días. Rememoré entonces una seguidilla de reecuentros con amigos, noches de charlas y buen vino, mediodías de almuerzos amables, y así nació la sonrisa inevitable. Replanteo ahora aquella pregunta. ¿Intenta el universo pintarme un cuadro de contrastes entre los amigos y los torpes? ¿Será que, a pesar de haber disertado largo tiempo respecto al valor de la amistad, todavía una nube pasajera me empaña el recuerdo del sol? Una brisa fresca disipa el humo de mi cigarrillo, y con él se va también mi malestar. Me resisto a terminar la semana acongojado. Insisto en abrazar los próximos siete días mirando el horizonte, no mis pies ni el pasado.

Hay que confiar en el tiempo y las vísceras, a veces, y apostar por las decisiones que más cuestan. Sólo el Principito viajaba montado en cometas; nosotros tenemos que talar nuestro propio camino en la selva con lágrimas y más lágrimas. Sólo quisiera que la gente no me haga entender que esas decisiones complicadas no merecían tanta consideración desde un principio.

Esta reflexión me deja un sinsabor. Poco de reflexión y mucho de queja hubo hoy. Pero también algo de esperanza y alguna conclusión reciclada respecto al valor de la amistad y las buenas costumbres. Como leer a Borges o escuchar a Dolina, hay cosas que nunca están de más.

El sueño me reclama atención.

Los dejo en paz hasta la semana próxima.



Tincho (considerando nuevas órbitas, sin olvidar las viejas)

No hay comentarios:

Publicar un comentario