martes, 12 de octubre de 2004

La Reflexión de la Semana (adolorida)

Mis queridos chichipíos:

¡Qué no decir acerca de este maravilloso fin de semana! Sin duda fue uno lleno de eventos. Apuesto que usteden han vivido anécdotas dignas de ser contadas, llenando las páginas de sus memorias con momentos que vivirán por siempre y siempre. Pero a no confundirse. Digo "maravilloso", y me refiero a que han ocurrido maravillas. Consulto un diccionario y me encuentro con estas definiciones de la palabra "maravilla": "Suceso o cosa que causa admiración"; "Planta herbácea compuesta, de flores anaranjadas, cuyo cocimiento se usa como antiespasmódico".

La segunda mucho no me dice, pero la primera sugiere que no sólo cosas amables son maravillas. Y en honor a la verdad, ¿no hemos vivido, acaso, obscenidades dignas de admiración? Hemos puesto llave a puertas que ya habíamos cerrado, pues existe quien no sabe cuándo ya no es bienvenido en nuestra casa. Hemos recibido golpes en las piernas por parte de los mismos idiotas de siempre... y no hay metáfora aquí: literalmente han golpeado mi piernita.

La estupidez causa admiración cuando no podemos simular siquiera una justificación.

Pero estas maravillas empalidecen cuando conjugo otra, más sutil. A pesar de todo, a pesar de los palos en la rueda y las morisquetas por la espalda, hemos conseguido maniatar a aquel demonio atorrante empeñado en arruinarnos los fines de semana. Una vez más, muertos de risa, le hemos pinchado la cola con su propio tridente.

¿He aquí una lección? Se me escapa. Siempre atento a las conclusiones de veinte güitas, hoy prefiero regalarlos, amigos, con unos significativos puntos suspensivos. La gente ha viajado a la playa o a la sierra, a la montaña o hacia dentro de sí mismos. Son ellos, y no yo, quienes pueden aventurar una conclusión sonriente sobre estos días nublados que no han hecho más que golpearme física y anímicamente. Yo, por otro lado, navegué hacia el puerto acostumbrado. Lo encontré confortable como la última vez, claro está, pero a esta hora de la madrugada las preguntas de siempre me mantienen insomne. ¿Estará la verdad en sitios cuyas coordenadas me son vedadas? ¿Será posible que siempre pise la baldosa floja?

Desconfío de esta hora, pues las pesadillas más terribles vienen en forma de nostalgia y recuerdos. Dejaré, pues, de pronunciar conjuros peligrosos, y cerraré esta edición con unas palabras que me temo se aplican a más momentos de los que quisiera.

Me duele, me duele mucho.



Un abrazo, un apretón de manos, un beso o una caricia, según corresponda.



Tincho (curioseando donde las novedades se han humedecido).



PD: Saludos especiales a los pibes que viajan en bondi.

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